Un réquiem por los obreros muertos

Que la clase obrera está muerta, es algo cuanto menos claro. Si acaso tan sólo un matiz: sigue muriendo, agonizante, asesinada lentamente, literal y espiritualmente. Solo hay que ver el goteo intermitente, diario, de hombres y mujeres que salieron de sus casas al son de la corneta del capital y nunca más volvieron a ellas. Caídas del andamio, accidentes de automóvil, intoxicaciones.

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Calamidades que han pasado a formar parte, aunque realmente nunca dejaron de estar patentes, de la realidad del siglo XXI. De la guerra de antaño de los obreros contra la explotación tan sólo quedan “victimas” de una victoria sin control. Dominados, sometidos, muriendo a miles sin importarle a nadie ni una puta mierda. Desparramados por una sociedad inalcanzable, la clase obrera desaparece como desaparecen los videos o los radiocasetes, dejando atrás un enorme vacío, que ideologías transformistas tratan de disimular con su mierda postmoderna.

El modelo industrial se termina dejando atrás un cementerio siderúrgico y humano. Las grandes empresas cierran o se trasladan allá donde les es más rentable explotar. Lo que queda es lo que hay. Inestabilidad, despido libre, jornadas brutales, sueldos de mierda. Construir, destruyendo nuestro alrededor para vivir del turismo, creando una sociedad servil y sumisa, cuyo premio es limpiar a lengüetazos los culos de los adinerados europeos.

Los obreros están dejando de existir y están siendo sustituidos por mano de obra. Se han convertido en recursos humanos, en mercancía. En la mayoría de los casos ya no queda ni el folclore. La hipoteca ha sustituido a la dignidad de clase. El orgullo obrero yace ante el consumismo.

Hay que estar agradecidos muy especialmente a los sindicatos. A todos ellos. Sin ellos no hubiera sido posible. A los izquierdistas, a los burócratas, a los trepas, a los empresarios, los partidos políticos y a los moderadores, también muy especialmente a los moderadores. Gracias a todos ellos por inutilizar una posibilidad, por facilitar la dominación. No hay dudas al respecto y hay ejemplos que patadas. Aún así hay cosas que te llaman la atención y lo más probable es que el otro día alguien se llevara un gran sobresalto. Seguramente a más de algún pobre izquierdoso asiduo al nodoticiero del mediodía o al de la noche se le atragantaría algún trozo de croqueta mientras tranquilamente digería el rancho cómodamente instalado en su mini piso.Los obreros han salido a la calle para protestar y habían sitiado un ayuntamiento protestando y lanzando consignas, eso sí, de forma pacífica.

No se trataba, como algún nostálgico del proletariado consciente podría llegar a creer, de un resurgimiento de la clase obrera, ni tan siquiera de una reivindicación salarial. Era peor, mucho peor. Los muy desgraciados, porque no tienen otro nombre, desfilaban por la calles de Seseña portando alguna pancarta y dándole soporte a su patrón; un hijo de mala madre que se dedica a especular, promover y construir vía famosa y que se pasa por el forro de su chaqueta a todo aquel que se cruza en su camino.

No hace falta explicar lo que el pocero, así como lo llaman, ha hecho para llegar donde está. Está claro que, difiriendo un poco más o un poco menos. Habrá hecho lo que cualquier bastardo empresario tiene que hacer para ser rico e influyente. Engañar, explotar y robar.

Es bastante peculiar la coletilla empleada por los obreros delante de las cámaras. ¡Lo hacemos por nuestras familias, para asegurar el plato de comida! Parece ser que solo los obreros mamones y lameculos tienen familia. Toda aquella persona que haya tenido que vérselas con este tipo de humanoide gilipollizado en algún tipo de conflicto, sabrá que es inútil dirigirle cualquier palabra con intento de dialogo. El muy sin vergüenza sólo cumple órdenes. ¡yo soy un mandao! Y con esa cara de subnormal profundo será capaz de mil villanías sin ningún tipo de conciencia (sea comparado el caso con policías, segurratas y demás cuerpos de seguridad de los interés de empresas y del Estado).

La dispersión laboral, la precarización., la atomización social y la falta de valores más allá del toma y daca de la sumisión por el consumo son los clavos que cierran la tapa del ataúd en el que yace el cuerpo ya putrefacto de lo que fue el movimiento obrero. Claro está que si lo anteriormente dicho son los clavos, la mortaja son los sindicatos.

Que el movimiento obrero ya esté muerto no significa que todos aquellos que trabajan tienen que dejarse mangonear sin ningún tipo de protesta. Lo único que significa es que sus estructuras, debido a las condiciones industriales y tecnológicas que le dan forma ya no subsisten de forma real. Las luchas no toman forma porque se sienten encorsetadas entre unos criterios artificiales y subvencionados por el propio estado (los promovidos por los sindicatos) o inexistente y por lo tanto carentes de la más mínima organización (los autónomos).





En los conflictos promovidos por el propio Estado, es decir, los sindicalistas, se da una paradoja cuanto menos curiosa. Normalmente se trata de una resolución en alguna determinada fábrica y en la mayoría de los casos nada tiene que ver con los verdaderos problemas de la gran mayoría de explotados asalariados. De hecho, dentro de la propia fábrica es patente la “guerra de castas” y poco tiene que decir en estos conflictos los llamados eventuales o simplemente los precarios. Los conflictos autónomos simplemente o no se dan, o se solucionan muy rápidamente con varios despidos.

La hermandad entre los que trabajan y los que no, los que no quieren y los que quieren pero no pueden hoy más que nunca es imprescindible. Imprescindible y razonable, pero para ello definitivamente hay que destruir piedra a piedra las estructuras sindicales y su estrategia pactista.Hay que salir del camino trillado, despojase del hábito obrerista, de las cadenas consumistas y de la avaricia capitalista.

La explotación en el trabajo no es muy diferente a la explotación de tu ocio, de tu casa y de tu entorno social. Tan sólo son piezas de un mecanismo mucho más amplio que envuelve toda la vida. La dominación está patente en cada intercambio humano y las relaciones de fábrica son igual de patéticas que cualquiera de las relaciones sociales condicionadas por el régimen. La insolidaridad prima, la subordinación y lameteo de culos también.

El primer paso, quizás, exponer las cosas en su sitio. Dar importancia a los hechos que la tiene y quitársela a los que no la tienen.Deberíamos demostrar un poco más de enfado por el goteo intermitente pero constante de currelas muertos y abandonados en la cuneta y demostrar desde los que alquilan su vida que les suda el culo el famoseo, el espectáculo y las victimas del terrorismo, sus pasacalles, sus debates manipulados, sus intereses y muchas de las vidas de esos canallas siervos del poder que no protestan por ese otro terrorismo que impunemente sega vidas, fomenta el sufrimiento, el dolor y la angustia. La unión de los rebeldes en pequeños grupos y la protesta radical ante tales hechos, puede ser un buen punto de partida para afianzar unas bases sólidas en las que pueda extenderse la autonomía de los pequeños núcleos existentes.

Atosigar a los sindicatos conocidos es igual de eficaz que atosigar a los policías o los políticos pero más fácil. Solidarizarse radicalmente con los trabajadores represaliados por sus actitudes rebeldes es otro paso importante.El mundo no es solo el trabajo o la falta de él, es decir ni hay que estar obsesionado con recuperar un momia, ni olvidar que antes o después en este régimen todos tenemos que trabajar en esas condiciones miserables que nos impone el sistema.

¡QUE LA CLASE OBRERA ESTÉ MUERTA NO QUIERE DECIR QUE LA REBELDÍA EN EL TRABAJO O POR EL TRABAJO DEBA MORIR CON ELLA!


Extraído de: Vértigo de entre los muertos